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sábado, 25 de abril de 2020

LOS SEÑORES DEL CEMENTERIO DE HAITÍ


Después de varias jornadas de convivencia, por fin nos ganamos la confianza del houngan para que nos permitiese grabar sus cuartos de los secretos. Se trataba de una especie de barracón, erigido en la parte más retirada de la finca, y de una especie de sala anexa a uno de los bloques de la casa principal, donde el houngan consulta a sus pacientes. No cabe duda de que toda la decoración está pensada para impactar con gran efecto sobre el consultante.

Ambas permanecían cerradas con una llave que únicamente poseía el houngan. Entrar en aquellos cuartos fue como atravesar el espejo mágico de Alicia hacia un mundo siniestro y terrorífico. Yo había hecho mis deberes y, como hago siempre antes de iniciar un viaje, había estudiado a fondo los fundamentos teológicos del vudú, las correspondencias de sus loas (dioses) con los orishas cubanos o los santos brasileños; estaba familiarizado con Dambala, el dios serpiente, o con Erzuli, la diosa de la belleza, y también con Mawu, Legba o las Marasas. Y el houngan se admiró de mi interés al reconocer algunos de los veves o dibujos que simbolizan a cada dios en las paredes o el suelo de su cuarto de los secretos. Eso siempre es bueno, porque demuestra que realmente sientes interés por conocer la religión de tu interlocutor. 


Y gracias a ello Elié nos mostró otras cosas increíbles como numerosos cráneos humanos que utilizaba para los rituales, y que habían sido recogidos personalmente por él escarbando en las tumbas más recientes del cementerio cercano; las libretas de encantamientos, llenas de embrujos y sortilegios realizados con fórmulas secretas; y hasta las terroríficas botellas (tenía docenas) donde el houngan deposita el espíritu de las personas que ha convertido en zombis. Porque, más allá de tópico cinematográfico, la creencia en los muertos vivientes es una de las realidades sociales más arraigadas de Haití. Y el houngan de Belladere no sólo me aseguraba que él había «fabricado» numerosos zombis, sino que afirmaba poseer en ese momento tres... 

Estábamos en la víspera de Todos los Santos, una de las fechas más importantes en el mundo vudú. El Día de Difuntos se suelen realizar algunas de las ceremonias más importantes, y tanto el houngan como sus colaboradores llevaban ya varios días preparando la ceremonia del día siguiente. Esa noche, durante la cena, Elié dejó caer que, de madrugada, debía ausentarse con varios de sus hombres de su villa-fortaleza para realizar un trabajo en el cementerio. Dejándome llevar por el entusiasmo, y haciendo gala de la estupidez que me caracteriza, le expresé mi deseo al houngan de acompañarle esa noche al cementerio. Miguel me dio una patada por debajo de la mesa, pero yo, que soy especialmente torpe, no capté la indirecta e insistí. Elié también insistió en su negativa. Aseguraba que el ritual era secreto y peligroso. Y que un blanco no podía asistir. 

Tras la cena a los blancos nos invitaron cordial pero enérgicamente a que nos retirásemos a nuestros aposentos, mientras que un grupo de haitianos, encabezados por el houngan, se preparaban para salir. No podría jurarlo, pero a mí me dio la impresión de que varios de ellos portaban palas y linternas. O eso me pareció ver desde la ventana de nuestro cuarto. Cuando hice el amago de salir del dormitorio para seguirlos, Miguel, que tiene mucha más experiencia como viajero que yo, me hizo desestimar la idea. En buena hora no se me permitió acompañarlos. Porque algo grave ocurrió esa noche en el cementerio de Belladere. 

De pronto, muy entrada la madrugada, y aunque muy lejanos, empezamos a escuchar disparos. Hasta ocho pude contar yo. Evidentemente fue difícil volver a conciliar el sueño. Por la mañana, temprano, salimos de la casa del houngan en dirección al cementerio. Si esa noche se había desarrollado un ritual secreto de vudú, tal vez encontrásemos alguna evidencia. Y vaya si la encontramos. El cementerio de Belladere es un lugar siniestro, sin duda poseído por los loas Baron Samedi, Baron La Croix, Bravo y otros dioses de la muerte y del cementerio del panteón vudú. 

Todavía encontramos velas encendidas que no habían terminado de consumirse. Si la comitiva presidida por el houngan salió de su villa poco después de medianoche y todavía había velas encendidas, supuse que lo que estuviesen haciendo se habría prolongado durante varias horas en el cementerio, ya que si hubiesen encendido esas velas ocho o nueve horas antes, ya se habrían consumido hacía rato. Así que deduje que habrían encendido más velas mientras durase su labor en el camposanto, que sin duda requirió mucho tiempo. Pero lo verdaderamente inquietante es que varias de las tumbas aparecían profanadas, los nichos vacíos y las criptas forzadas. Y lo realmente siniestro, y digno de una película de serie B, es que en medio del camposanto nos encontramos con un ataúd abandonado con visibles muestras de polvo y tierra que sugerían que había sido desenterrado recientemente. Era de color gris metalizado, y de dos puertas, lo que permitía ver la cara del muerto durante el velatorio, abriendo sólo la parte superior del féretro, mientras la mitad inferior permanecía cerrada. 

Me acerqué a él con cierto resquemor, lo reconozco. Agarré la tapa inferior con la mano derecha. No me apetecía encontrarme con la cara del cadáver. La abrí lentamente. El ataúd estaba vacío. Alguien se había llevado el cuerpo. ¿O habría salido el cadáver del féretro por sus propios pies? Es difícil no tener estos pensamientos absurdos en un país como Haití, donde la sugestión es una forma de vida. Pero, bromas aparte, en ese momento y en ese cementerio, tuvimos la seguridad absoluta de que nos encontrábamos ante el rastro de un zombi. Y así era, aunque todavía tardaría semanas en entender que los zombis no son exactamente muertos vivientes, sino otra cosa todavía más fascinante.



lunes, 20 de abril de 2020

LA TUMBA DE TUTANKAMON


Una de las tumbas del Valle de los Reyes merecía toda mi atención. Con razón, uno de los mayores misterios de Egipto está vinculado inequívocamente con ella: la tumba de niño-faraón Tutankamon. 

La maldición de Tutankamon comenzó, según la leyenda, el 4 de noviembre de 1922, cuando Howard Carter descubrió el primer peldaño de la última de las sesenta y cuatro tumbas descubiertas en el Valle de los Reyes, que además permanecía intacta.


Carter era un tipo duro y austero, como pude comprobar al visitar su humilde casa, que aún se conserva en el cruce de la carretera de Deir Al-Bahri con la que llega desde el templo de Seti, muy cerca del valle. Llevaba años viviendo en Egipto y había aclimatado su cuerpo a las durezas del desierto. No malgastaré espacio en relatar el descubrimiento de la tumba, ya que existe una abundante bibliografía al respecto. Sólo añadiré que desde su hallazgo se desataron todo tipo de leyendas infundadas, algunas tan lógicas como inexactas. Por ejemplo, llegó a decirse que la momia del faraón era en realidad la de una mujer, ya que no tenía pene, pero recientemente se descubrió el pene de Tutankamon, que se había desprendido de la momia a causa del mal trato que se le propinó por las prisas con que se vació la tumba debido a la repercusión mediática del descubrimiento. O la primera impresión de que el faraón había sido asesinado a causa de un golpe en el cráneo ha sido desestimada hace pocos meses, tras someter la momia a un nuevo análisis forense, aplicando la últimas tecnologías criminalísticas. Algo con lo que ni Carter ni su mentor, lord Carnarvon, podían soñar en 1922. De hecho, ésta es otra de las cosas que deberíamos tener presente todos los investigadores al enfrentarnos con el misterio. 

Ni creyentes ni escépticos podemos ser tajantes y concluyentes en nuestras conclusiones, ya que la imparable progresión de la ciencia pone a nuestra disposición cada año nuevos elementos tecnológicos y nuevos conocimientos científicos, que podemos aplicar a la investigación de los antiguos misterios. Por eso conviene ser prudente al negar o afirmar algo. Existen cosas inexplicadas, pero nada es inexplicable. Sólo es cuestión de tiempo y apertura de mente. Por mi trabajo en el campo de la criminología tengo la fortuna de convivir profesionalmente con criminalistas de absoluto prestigio, con los que he compartido mi fascinación por el mundo del misterio. Y sin duda la «maldición» de los faraones es un ejemplo excelente de cómo las modernas técnicas de la policía científica pueden ofrecernos respuestas a los enigmas que tanto inquietaron a anteriores generaciones. Si en lugar del equipo de Carter hubiese sido el CSI de Gil Grissom el que hubiese penetrado en la tumba de Tutankamon, aislando y procesando la supuesta «escena del crimen», tal vez se habrían salvado muchas vidas, ya que la «maldición» de los faraones habría sido aislada antes de «asesinar» a los profanadores. 

En realidad, un análisis desapasionado de los hechos nos mostraría que: 

—Lord Carnarvon y otros de los veinticinco presentes en el desprecintado de la tumba de Tutankamon fueron falleciendo inmediatamente después de la profanación.


—La gran mayoría de esos fallecidos, incluido Carnarvon, sufría algún tipo de trastorno respiratorio. 

—Carter, sus ayudantes egipcios y otros arqueólogos con experiencia en el trabajo de campo sobrevivieron a la maldición y cumplieron más de setenta años. 

Pienso que la respuesta está muy lejos de las fórmulas mágicas y esotéricas que decoraban las paredes de la tumba, y que tenían por objeto atemorizar a los profanadores, como los muñecos vudús aterrorizan al supuesto «embrujado». Los magos de los faraones, como Djedi, se habían ocupado de convencer a los creyentes de sus poderes sobrenaturales utilizando ingeniosos trucos de ilusionismo, y es probable que el temor a la maldición fuese una medida de seguridad suficiente en la época salvo ante los escépticos ladrones. Sin embargo, como si la madre naturaleza hubiese querido contribuir en la protección de aquellos monumentos, una auténtica «maldición» científica aguardaba a quienes osasen profanar el sueño del faraón sin estar capacitados para penetrar en las tumbas sagradas. Y esa maldición tiene nombre de bacteria: aspergirus. 

Este organismo fue detectado en la tumba de Tutankamon, como en otros recintos antiguos, en 1962 por el doctor Ezz Taha. Según me explicó mi admirado colega el doctor José Antonio García Andrade, con quien compartí durante años la vicepresidencia del Centro de Investigación y Análisis de la Criminalidad en Madrid, el aspergirus es un hongo microscópico que puede penetrar en las vías respiratorias y, en casos de gran concentración, causar una enfermedad llamada aspergilosis invasiva. Cuando esto ocurre, las esporas se reproducen en los pulmones y comienzan a atacar los riñones, el hígado, los huesos, el cerebro. La humedad de las tumbas egipcias, el calor y la concentración de microorganismos a lo largo de los siglos convirtió la cripta del faraón en el hogar de numerosas bacterias. Tal vez el CSI se habría percatado del riesgo, pero los arqueólogos británicos, y sobre todo sus inexpertos patrocinadores, no. Y eso les costó la vida. 

Carter, como por supuesto sus empleados egipcios, había desarrollado los suficientes anticuerpos durante su vida en el desierto como para resistir la infección del aspergirus, pero Carnarvon carecía de defensas. Sólo viajó a Egipto algunos inviernos, a causa precisamente de la afección respiratoria que padecía, como otras víctimas del «maleficio», y falleció pocos días después de asistir al desprecintado de la tumba y de ser presuntamente infectado por la «maldición» bacteriana de los faraones. Todavía hoy arqueólogos tan reputados como el mismísimo doctor Zahi Hawass toman sus precauciones antes de entrar en una tumba recién descubierta. «Acostumbro a no afeitarme el día que voy a entrar en una tumba cerrada. Lo hago porque te proteges mejor de los posibles gérmenes. Se lo recomiendo», dice el egiptólogo más influyente y famoso del mundo. 

Cuando salí de la tumba número 64 del Valle de los Reyes me sentía un poco decepcionado por el aspecto que presenta. No queda rastro del tesoro, ni de la maldición ni, por supuesto, del aspergirus. La tumba es más bien pequeña y desgarbada, y casi no hay nada que ver en su interior. La práctica totalidad del tesoro de Tutankamon se encuentra expuesta en el Gran Museo Egipcio de El Cairo. Sin embargo, me sentí satisfecho de poder tachar otro en mi lista de enigmas pendientes. Por supuesto, y aunque no haya misterio en la «maldición» de los faraones, la visita a todas las tumbas del Valle de los Reyes es recomendable, y también al Valle de las Reinas, e incluso al Valle de los Nobles. 

Pero todavía me quedaba mucho Nilo que recorrer, así que continué mi viaje río arriba. Así, ganando kilómetros hacia el sur, nos encontramos Esna, con su templo de Khnum, de marcada manufactura romana; Edfu, el templo de Horus, sus misteriosos Shemsu Hor y la descripción de los cuatro «reyes magos» que llevaban regalos al niño-dios-halcón cuando nació; o Kom Ombo y su templo del dios Sobek, que tan poca gracia me hace. Sin embargo, en el templo de Kom Ombo existen cosas interesantísimas, como en todos los demás. Tanto aquí como en Edfu, volví a localizar y a calcar «bombillas» como las de Dendera pero mucho más pequeñas. Además recomiendo prestar especial atención a la «mesa de cirugía», unos grabados en la parte exterior del templo, que muestrán el instrumental médico que utilizaban los antiguos cirujanos del faraón. 

Después de realizar un calco de esos grabados y mostrárselo a amigos cirujanos y forenses, no me cabe ninguna duda de que la inteligencia de los antiguos egipcios no tenía nada que envidiar a la nuestra. Menospreciar su creatividad, su inventiva y su capacidad intelectual es una pedantería ridícula. Por cierto, justo enfrente de la «mesa de cirugía» existe otro grabado interesante y que en su día incomodó mucho a algunos notables del Vaticano. Algunos guías lo presentan como los cuatro evangelistas, ya que adoptan las figuras animales que simbolizan a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y resulta un poco difícil explicar qué hace una representación de los cuatro pilares del Nuevo Testamento en un templo egipcio. La solución del misterio es sencilla: en realidad es una representación de los cuatro confines del mundo en la mitología egipcia. Aunque esto es todavía más incómodo para la historia de la Iglesia, ya que alguien podría pensar que hasta las figuras alegóricas que representan a los evangelistas son «plagios» de una religión anterior al cristianismo... 

Por fin llegamos a Asuán, la otra gran capital egipcia. Durante siglos esta ciudad marcó el límite de la frontera con el África negra, con Nubia. Los egipcios de piel negra, los nubios, son una raza de una belleza física extraordinaria. Aquí puede visitarse el Museo Nubio, ideal para hacerse una idea de la historia de esta cultura y del papel que desarrolló en el Egipto de los faraones. En él se exponen algunas muestras de las ingeniosas técnicas y «tecnologías» desarrolladas por los agricultores nubios para canalizar las aguas del río y controlarlas en sus riegos. La enésima prueba de su ingenio e inventiva. Además, quienes no deseen pasar por el incómodo trayecto del desierto pueden contemplar en este museo algunos petroglifos neolíticos y muestras de arte rupestre que fueron trasladados desde sus ubicaciones originales. El maravilloso jardín botánico de la isla de Kitchener, los mausoleos del cementerio fatimí o el templo de Khnum en la isla Elefantina también son de obligada visita en Asuán. 



LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA


Volar hasta Alejandría desde el aeropuerto del Sinaí es un poco traumático. El silencio y la paz del desierto contrastan con el frenesí de la circulación, el comercio y el caos de la gran ciudad. Y es que Alejandría es la más occidental de las capitales egipcias.

En comparación con cualquier otra ciudad del país, la presencia faraónica ha ido perdiendo puntos ante la influencia de las culturas mediterráneas. Sin embargo allí se ubicó, en algún momento de la historia, la capital cultural y científica del planeta.


El legendario Faro de Alejandría, otra de las siete maravillas que no consiguió sobrevivir a la estupidez humana, sin duda simbolizó la luz de la ciencia en el oscuro océano de la superstición, que desde el extremo norte de Egipto irradió a todo el mundo conocido de la época.

A pesar de las contradicciones y las leyendas que rodean a la Biblioteca de Alejandría, la versión más aceptada es que fue fundada por Ptolomeo I, y que durante siglos fue engrosando sus archivos con la mayor colección de pergaminos y documentos del mundo antiguo. Aunque, en realidad, no era una biblioteca, sino más bien un gran museo del saber, un inmenso laboratorio científico y un archivo documental a la vez.

Constaba de diez grandes piezas o salas para investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina diferente, muy rica y abundante en la mayoría de estas secciones y sobre todo muy completa en literatura griega. Una comunidad de poetas y eruditos era la encargada de mantener el buen nivel y trabajaban en ello con total dedicación, como sacerdotes de un templo. En realidad se consideraba el edificio del museo como un verdadero templo dedicado al saber. No es de extrañar que cuando preguntaron al famoso divulgador Carl Sagan a qué lugar del pasado le gustaría viajar en una hipotética máquina del tiempo, respondiese que a la Biblioteca de Alejandría. Yo le acompañaría gustoso.

Ptolomeo I encargó al poeta y filósofo Calímaco la tarea de la catalogación de todos los volúmenes y libros. Fue el primer bibliotecario de Alejandría. En estos años las obras catalogadas llegaban al medio millón. Era tal la ansiedad por recopilar todo el saber conocido que cuando los navíos comerciales arribaban a Alejandría, la «policía» de Ptolomeo los registraba no en busca de contrabando sino en busca de libros o documentos que confiscar para que engrosasen los archivos del museo. Se sugiere que llegaron a engrosar los archivos de la biblioteca hasta novecientos mil volúmenes en tiempos de Marco Antonio y Cleopatra. Desde luego muchos más que la celebre Biblioteca de Cartago, insignificante en comparación con la alejandrina. 



Al millón de volúmenes que casi alcanzó la biblioteca debemos añadir muestras botánicas, un zoo extraordinario, piezas arqueológicas, inventos tecnológicos, etc. Probablemente nunca antes, ni después, había estado tan bien representado el saber científico, filosófico y tecnológico de la raza humana en un solo lugar. Por esa razón filósofos, matemáticos, ingenieros y hasta un centenar de pensadores y sabios trabajaron en sus laboratorios. Entre ellos Arquímedes o Euclides, que desarrolló allí su geometría; Hiparco, padre de la trigonometría; Aristarco, que descubrió el movimiento de la tierra y los planetas alrededor del sol; Eratóstenes, que escribió una geografía y compuso un mapa bastante exacto del mundo conocido; Herófilo, el fisiólogo que ubicó la inteligencia humana en el cerebro y no en el corazón; los astrónomos Timócaris y Aristilo; Apolonio de Pérgamo, el gran matemático; o el extraordinario Herón de Alejandría, al que me he referido anteriormente.

Por más que me esfuerzo, no consigo comprender por qué algunos compañeros de la AAS y otras asociaciones similares utilizan piezas arqueológicas, como la «máquina» de Antiquitera para apoyar sus teorías sobre una tecnología no humana en el pasado, cuando Herón de Alejandría superó mil veces esa tecnología con sus inventos.

La «máquina» de Antiquitera fue descubierta en 1900 por el buzo Elias Stadiatos, quien se encontró a cuarenta metros de profundidad, y en las proximidades de la isla griega de Antiquitera, los restos de un antiguo naufragio. Las inscripciones en griego permitían fechar el objeto en el siglo I a.C. Y aunque en principio se creyó que se trataba de un astrolabio, la complejidad del mecanismo era demasiada para eso.

En el número de junio de 1959 la prestigiosa revista Scientific American publicó un artículo de Derek de Solla Price apuntando que el sorprendente mecanismo de Antiquitera debía ser una primitiva computadora astronómica, a partir de las inscripciones con referencia al zodiaco, cuerpos celestes y a los meses del año. Estos contadores son singulares por presentar claras marcas periódicas, y si inferimos la existencia de punteros móviles, esto establece al mecanismo de Antiquitera como el instrumento científicamente graduado más antiguo que conocemos.

Según los análisis realizados con rayos X, la «máquina» de Antiquitera es un sofisticado entramado de engranajes creados y dispuestos para indicar las posiciones del sol y la luna de acuerdo con el calendario. Con frecuencia los estudiosos del pasado caen en el error de centrar sus conjeturas en la anécdota en lugar de contemplar el conjunto.

Observado como si fuese una anomalía, fuera de contexto, el mecanismo de Antiquitera podría parecer obra de una tecnología no humana. Pero no es así. En el mismo Mediterráneo, no tan lejos de las islas griegas, otros sabios contemporáneos diseñaban máquinas tecnológicas tan sofisticadas o más que la descubierta por Elias Stadiatos.

En los laboratorios del Museo de Alejandría, el genial Herón construía cajas de engranajes y hasta aparatos de vapor asombrosos. El fue el autor de la primera obra conocida sobre robots: Autómatas. Su otra obra, Pneumática, enunciaba aplicaciones de la ciencia a la tecnología que me atrevería a equiparar a Leonardo da Vinci o al genial Imhotep, el arquitecto que «inventó» las pirámides. Herón fue el creador de «juegos» mecánicos, como su famoso teatro de autómatas movilizados por medio de piezas metálicas, engranajes y palancas. Sus múltiples ingenios y dispositivos, como la dioptra y el odómetro (sistema de engranajes combinados para contar las vueltas de una rueda) o del aeolipile (que permite la transformación de energía térmica en mecánica, precursora de la máquina de vapor), lo sitúan en un lugar destacado dentro de la historia de la tecnología.

En otro tiempo en que las dictaduras tiranas no limitasen los descubrimientos de Herón a un pasatiempo para los gobernantes, ya que ninguno de ellos se preocupaba por mejorar las condiciones de vida de sus pueblos, Herón habría sido un Einstein, un Edison o un Newton. Y haría milenios que viajaríamos en tren. O quizá en globo...

Herón de Alejandría, además, fue el primero en alertar sobre cómo la tecnología era utilizada por los sacerdotes de Grecia o Egipto para falsear supuestos prodigios sobrenaturales con los que manejar la fe de los creyentes. No es justo hacer caer en el olvido a los sabios de Alejandría y al conocimiento científico y tecnológico que alcanzaron para argumentar que nuestros ancestros jamás alcanzaron un desarrollo intelectual que justifique el legado arquitectónico o tecnológico que nos dejaron.

No sé si las «pilas» de Bagdad son pilas, ni si la «máquina» de Antiquitera es un ordenador, pero a la luz del conocimiento que existió en Alejandría, tampoco me supondría ningún conflicto histórico aceptarlo. Y no necesito a ningún «dios» extraterrestre para ello. Poco a poco científicos audaces, que no temen considerar supuestos mitos del pasado, y experimentarlos, están demostrando que algunos relatos que nos llegaron en aquellas crónicas reflejaban sucesos y conocimientos científicos exactos. Por ejemplo, la leyenda de que el gran Arquímedes, el matemático más genial de la historia, había diseñado armas capaces de incendiar los barcos romanos que asediaban su Sicilia natal no es un mito.

En 1973 el ingeniero griego Ioannis Sacas decidió investigar el relato de Cicerón sobre los inventos de Arquímedes y reconstruyó su «arma incendiaria secreta». Se trataba de setenta espejos de bronce, de ciento setenta por setenta centímetros, que Sacas reconstruyó fielmente. Los colocó en la orilla y a sesenta metros de distancia situó un pequeño barco de madera. Concentrando los rayos del sol sobre el barco, con los espejos, éste tardó sólo tres minutos en incendiarse.

La ciencia y la tecnología evolucionaron en el Museo de Alejandría durante siglos. Al menos hasta el año 48 a.C. cuando, durante la guerra entre Roma y Egipto, un incendio arrasó parte de la ciudad de Alejandría. Fue el principio del fin. En aquel incendio se perdieron obras de un valor incalculable.

Los archivos que sobrevivieron fueron destruidos nuevamente, tiempo después, por la reina siria Zenobia primero, y por la invasión de los árabes después. A partir del 619 ya prácticamente no quedaba nada de la legendaria Biblioteca de Alejandría. Y con su desaparición, toda la raza humana perdió parte de su memoria colectiva y la posibilidad de haber evolucionado mucho más deprisa en nuestro conocimiento científico.

Al igual que con la destrucción de la Biblioteca de Cartago, la desaparición de los archivos alejandrinos nos sumió en una ignorancia sobre la historia de nuestra civilización que algunos han intentado suplir recurriendo a «dioses» instructores llegados desde el espacio o desde civilizaciones anteriores ya desaparecidas. Yo no sé si esas teoría son reales o no, pero mientras lo averiguo prefiero mantener la fe en el ser humano y pensar, mientras no me demuestren lo contrario, que la misma habilidad, el mismo ingenio y la misma inventiva que he visto en los nómadas de todo el planeta, en los cazadores y pescadores del Tercer Mundo, o en los artesanos de los países «subdesarrollados», ya era conocida por sus ancestros. Me parece más honesto que considerar a todos los humanos anteriores a nuestra cultura como ignorantes incapaces del menor genio creativo. No veo justo despreciar así a nuestros ancestros. Sobre todo si quienes lo hacen no poseen, como mínimo, la misma capacidad intelectual que un Herón de Alejandría, un Leonardo da Vinci o un Imhotep.

Ignoro si es la influencia de los antiguos sabios de la Biblioteca de Alejandría, o el legado dejado en el ambiente por tantos siglos de cultura, pero el delta del Nilo es un buen lugar para reflexionar y para leer. O más bien para leer y reflexionar sobre lo leído. Y quizá fue la inspiración de aquellos pensadores (yo soy mucho más zoquete) la que me hizo percatarme de una cuestión que venía barruntando en mi lista de misterios pendientes. ¿De verdad los antiguos egipcios tenían bombillas eléctricas? Y si fuese así, ¿serían obra de los «dioses» extraterrestres o de sabios como Herón? ¿Es cierto que no existen restos de hollín en las grutas, galerías y cámaras subterráneas de los faraones egipcios?

La inspiración me llegó hojeando, por enésima vez, el ejemplar de la Description de l'Egypte publicada por Napoleón tras su expedición a Egipto, que había comprado en Luxor. Las ilustraciones de Vinant Denon y de otros dibujantes que acompañaron al emperador francés son el «álbum» de fotos de la expedición napoleónica. Y entre las mil siete páginas del grueso volumen, de la edición de Taschen de 1994, encontré varias ilustraciones en las que aparecen los exploradores franceses y sus guías egipcios, recorriendo las galerías de la pirámide con velas y teas encendidas (pág. 474), y hasta fumándose una pipa en el interior de una cripta (pág. 119). Y no son las únicas. Otros ilustradores, como Luigi Mayer, por citar sólo uno, habían reflejado lo que vieron en sus viajes; es decir, a los exploradores recorriendo las galerías de las pirámides y los templos con antorchas. Lógico. Es algo tan obvio que hasta da pudor escribirlo.

Pero, lamentando contradecir a mis compañeros de la AAS, sospecho que su afirmación de que no existen rastros de hollín en las cámaras subterráneas se deba más al entusiasmo por fortalecer la teoría de las bombillas eléctricas que a la realidad. De lo contrario el misterio estribaría en averiguar cómo es posible que durante siglos todos los exploradores, ladrones de tumbas, arqueólogos, etc., hayan utilizado velas y antorchas para explorar todos los túneles, grutas y criptas de Egipto y ninguno de ellos haya dejado rastros de hollín. Yo mismo adoro las velas, y con mucha frecuencia utilizo velas como decoración en mi casa. Sin embargo, los restos de hollín, cera o humo no son detectables a simple vista, como ocurre en los monumentos egipcios.

Creo no decir ningún disparate si sugiero que, evidentemente, si el CSI de Gil Grissom analizara esos monumentos encontraría restos de hollín por todos lados. La seductora teoría de que los antiguos egipcios utilizaban bombillas eléctricas para iluminar el interior de los monumentos comenzaba a tambalearse.



LUCES ROJAS: MANUEL CARBALLAL Y EL CINE



P -  Manuel ¿Cómo fue tu encuentro con Robert de Niro? 

M. C. -Anda ¡Hostia!, pues fue muy simpático. Porque a mí me había contratado Rodrigo Cortés… Fue una historia muy divertida, porque Rodrigo llevaba preparando el proyecto de Luces Rojas desde mucho antes de Buried. El llevaba preparando Luces Rojas desde que hizo El Concursante. Entonces, un día recibo un email, de un tío que yo –perdón Mikel, confieso mi ignorancia- no sabía ni que existía, un tal Rodrigo Cortés. Y me dice que es director de cine, que ha hecho unas cuantas cosas y que le gustaría hablar conmigo sobre el tema de los fraudes paranormales y del ilusionismo. Y yo, bueno vosotros ya lo sabéis, soy muy accesible, yo siempre digo que si a todo… Y entonces le digo, bueno, si, si, quedamos y cuando vaya a Madrid nos conocemos. 


Quedamos en un VIP’S me acuerdo, y me aparece un tío un poco esteriotipado, con la gorra al revés, como se supone que la llevan los directores de cine en las películas de los años 20. Y ese era Rodrigo Cortés. Y me encuentro con un tío que tenía una formación sobre estos temas que me desconcertó para ser un simple director de cine, entre comillas lo de simple, porque se veía que había hecho los deberes. Que había leído muchísimo, que se había informado muchísimo y que quería, digamos, una referencia de alguien que siendo mago, ilusionista, se dedicase a investigar fenómenos paranormales. Y tuvimos una serie de reuniones en Madrid. 

Él tuvo la amabilidad de mandarme una copia en DVD de su primer largometraje, El Concursante, y flipé cuando vi que realmente era director de cine de verdad. No es hubiese que hecho un par de cortos, joder, ya había hecho un largometraje con Leonardo Sbaraglia, con actores conocidos. Entonces empecé a tomármelo un poco más en serio ¿no?. Pero de repente llega el proyecto de Buried, que es una obra de arte. Porque es alucinante hacer un largometraje solo con un tío en una caja. Esto es algo que yo creo que no pueden decir muchos directores de cine de ningún país del mundo. Y cuando el proyecto inicial de Luces Rojas, que iba a ser una película española, se convierte en una película americana de alto presupuesto, con Sigourney Weaber, con Cillian Murphy, con Robert de Niro, con Sbaraglia, bueno con un plantel de lujo, Rodrigo me vuelve a llamar. 

En principio, inicialmente, a mi me contratan para formar a Cillian Murphy, que es el protagonista de la película, no vamos a hacer spoiler, pero digamos que el actor tenía que conocer, que estar familiarizado con los trucos de mentalismo, de ilusionismo y de prestidigitación que aparecen en la película. Los trucos, las rutinas que llamamos en ilusionismo, las rutinas de mentalismo que aparecen en la película se las enseño yo. Y un día que llego al rodaje, que se hizo una parte en España y otra parte en América, me acuerdo perfectamente, me mandan un taxi al aeropuerto del Prat, para llevarme al set de rodaje y cuando llego allí estaba grabándose una escena, en concreto de Robert de Niro que hace el papel de un psíquico, de un mentalista ciego en Luces Rojas, yo… me da un poco de apuro pero bueno, reaccioné supongo que hubieseis reaccionado todos, cuando llego al set de rodaje y veo a Robert de Niro, joder ¡Robert de Niro en carne y hueso!, lo primero que hago es llamar a mi madre para decirle: ¡Mamá, mamá, que estoy al lado de Robert de Niro!. Claro, mi madre, que era muy escéptica me dice: ¡Bah, que dices, ya estás con tus tonterías! Que no mamá, que no, que es Robert de Niro... 

Bueno, cuando termina de grabar la escena Robert de Niro, vienen Rodrigo y Susana a saludarme. Hola Manuel, ¿Qué tal el viaje? Muy bien… Y entonces le expliqué -estaban rodando una escena en la película que es cuando el personaje de Robert de Niro está siendo sometido a una serie de experimentos en laboratorio sobre doblaje de metales y efectos telecinéticos-  a Rodrigo Cortés, que en el mundo de la magia siempre estamos aprendiendo, siempre aparecen nuevos efectos, nuevas rutinas, y yo cuando iba por Barcelona siempre pasaba por Mágicus, que es una de las tiendas de ilusionismo que frecuento, y le comenté a Rodrigo que allí justo había aprendido una nueva rutina, un nuevo efecto de doblaje de metales que era muy espectacular y que es una pena no haberlo sabido antes porque habría sido interesante. 

Y Rodrigo me dice: “Oye y tu le podrías…”. Esto va así, de verdad… Me dice: “¿Oye y tu le podrías enseñar esto a Bob? Y yo le digo: ¿A Bob? ¿Qué Bob? ¿Quién es Bob? Bob de Niro. Claro, Robert de Niro, pero ¿que yo le enseñe a Robert de Niro? Entonces surgió que improvisando sobre la marcha, hay una escena que recuerdo que cuando se presentó Luces Rojas en el festival de Sundance, Rodrigo me llamó para decirme que una de las cosas que más comentaban en el festival, era ese momento en el que Robert de Niro delante de la cámara, dobla una llave de una forma muy espectacular, muy a lo Uri Geller, y Rodrigo les explicaba a los periodistas del festival que eso no era un truco de cámara. Que la gente que estaba en el plató en ese momento, grabando la escena, estaba viendo lo mismo que estaban viendo los espectadores. Que ahí no había ningún truco de edición. 

Ese fue un efecto de doblaje de metales que le enseñé a Robert de Niro en su caravana, allí mismo, sobre la marcha, porque eso no estaba planteado en el guión inicial, fue una cosa que surgió cuando Rodrigo vio ese efecto. Claro, las rutinas de prestidigitación requieren un tiempo, no es algo que puedas improvisar. Cillian Murphy fue un alumno aventajado porque, además esto es algo que me dijo Rodrigo en su día, me dijo: “estos actores de Hollywood no están allí gratuitamente”. El me decía que son como esponjas, que lo adsorbían todo. Yo puedo dar fe de que realmente en el caso de Cillian o en el caso de Robert de Niro, que son con los que yo trabajé, eran auténticas esponjas, con una capacidad de aprendizaje realmente sorprendente y cuando Rodrigo me dijo eso, ¿Tú podrías enseñarle eso a Bob?, recuerdo que le dije ¿Cuántas semanas tenemos? Y me dice: “Tienes 40 minutos”. Y en esa escena cuando aparece en la película Luces Rojas, a pesar de que lógicamente el encuadre solamente es ese primer plano de Robert de Niro, haciendo ese espectacular doblaje de metales, yo estaba a un metro de él supervisando sobre la marcha como se tenía que hacer esa rutina, y creo que al final quedó bastante bien…


EL VALLE DE LAS REINAS Y DE LOS REYES


En Egipto, por alguna extraña razón, no se suele dormir demasiado. Quizá porque hay tantas cosas que ver, que sentir, que experimentar, que uno no se permite perder el tiempo. Al menos eso me pasa a mí, que a primera hora ya estaba despierto y esperando que abriesen las puertas del templo de Karnak, el recinto religioso más grande del planeta tierra. En ningún otro lugar del mundo se ha dedicado una mayor superficie de espacio a un conjunto de templos, capillas, estatuas, altares y criptas erigidos a los dioses. Y supongo que es por esa magnitud religiosa, casi treinta y cinco kilómetros cuadrados, por lo que circulan tantos rumores y leyendas sobre las supuestas «energías sutiles» que impregnan algunas de aquellas estatuas y criptas, provocando todo tipo de fenómenos anómalos.


Desgraciadamente, yo soy un zoquete para la percepción de esas «energías sutiles», cuya definición tampoco termino de comprender. Sin embargo, y aunque me muestro prudentemente escéptico al respecto, intento no desestimar una teoría antes de, por lo menos, intentar contrastarla. Y en Karnak eso no es difícil. Todo el mundo sabe cuáles son las estatuas que supuestamente tienen «poderes» o cuáles las «criptas» que hipotéticamente velan los carretes fotográficos. Así que no cuesta nada tirar un par de fotos. Por suerte o por desgracia mi cámara fotográfica es tan escéptica como yo y captó, obediente, todas las imágenes que yo seleccionaba a través del objetivo.

Sin embargo, justo es reconocer que la humedad del ambiente, el polvo de algunas tumbas, el calor, etc., sobre todo en algunas criptas especialmente incómodas, como la de mi querida Sekhmet, o el nerviosismo que pueden inspirar en el creyente ciertas estatuas, podrían explicar que, en ocasiones, las fotos no sean tan fáciles de tomar como uno querría. Aunque más por un fallo humano o mecánico que por una causa paranormal.

Antiguamente, aquí se situaba la ciudad de Tebas, y aquí fue donde el primer ilusionista de la historia, Djedi, fascinó al faraón Keops con sus efectos mágicos. También en Tebas se rendía culto a la trinidad formada por Amón (el Oculto), Mut y Khonsu. La misma trinidad a la que estaba consagrado el extraño templo que pudimos visitar en el perdido oasis de Al Dakhla y que conservaba aquella atípica representación de Horus. Los obeliscos de Hatshepsut, las «estatuas vivas», la gran sala de Tutmosis III... Hay tantas cosas para ver en el templo de Karnak que un viajero podría pasar muchos días y noches en ese lugar. Pero nuestro viaje debe continuar, y antes de abandonar Luxor es imprescindible visitar los valles de las Reinas y de los Reyes. Allí, y no en las pirámides, es donde se han encontrado las momias de los faraones y su maldición...

El Valle de los Reyes o «gran plaza de la verdad» se encuentra al otro lado de la montaña piramidal de Al Qurn, justo detrás del templo de Hatshepsut. Aún no hay consenso sobre cuál fue el primer faraón que decidió ser enterrado en aquel árido valle, que en el mes de agosto parece una sucursal del infierno. Quizá fue Tutmosis I (1504-1492 a.C.). Después, entre otros, Tutmosis III y IV, Horemheb, Siptah, Menefta, Monthuhirkhopshef, Seti I y II, Siptah, Amenofis II, Sethnakht, los Ramsés I, III, IV, VI o el célebre Tutankamon fueron enterrados en ese mismo lugar. Y bajo esas arenas ardientes, bajo ese sol homicida, quedan muchas tumbas que serán descubiertas por los arqueólogos en los próximos años... Suponiendo que algunas no hayan sido descubiertas ya, aunque dichos descubrimientos continúen en la reserva de reclamos publicitarios, esperando el momento oportuno de ser divulgados...


El Valle de los Reyes figuraba en mi lista de tareas pendientes. Según Erich von Dániken y los imitadores que le sucedieron, en muchas de esas tumbas existían pinturas y jeroglifos que representaban a los «dioses» extraterrestres con una apariencia que recordaba tanto a los modernos astronautas como los jeroglifos de Abydos recordaban a máquinas modernas. Por no hablar de uno de los misterios por antonomasia de Egipto: la maldición de los faraones, cuyo origen se encuentra precisamente allí, en el Valle de los Reyes.

Cada una de esas tumbas es distinta a todas las demás. Sin embargo, hay patrones que se repiten en cada dinastía. Las de la XVIII eran contraídas con un eje norte-sur, pasadizos y cámaras similares, etc. En la XIX dinastía el eje se endereza hasta la orientación este-oeste, se sustituye el mortero por puertas de madera para sellar las galerías, etc. En la dinastía XX la estructura funeraria se simplifica y las tumbas son más pequeñas, etc. Pese a ello, todas aparecen ricamente decoradas con textos extraídos del Libro de los Muertos y con bellos relieves, pinturas y jeroglifos.

Como no podía ser de otra manera, los entusiastas miembros de la AAS y los defensores de la intervención alienígena en el pasado descubrieron muchas imágenes de supuestos «dioses» no humanos en esas tumbas. En la tumba de Ramsés VI (la número 9), por ejemplo, la decoración de la cripta presenta escenas del Libro de las Puertas, el Libro de las Cuevas y, por primera vez, el Libro de la Tierra. Ahora bien, existen unas imágenes que, arrebatadas de su contexto, han sido reproducidas una y otra vez en libros o publicaciones sobre misterios del pasado. Se trata de unos extraños personajes que aparecen acuclillados y provistos de unas cabezas perfectamente redondas. No más redondas que los dibujos rupestres del desierto de Gilf Kabir, o las de Tassilli, o las de Mauritania.

Por supuesto, quien se acerca al Valle de los Reyes buscando pruebas de que astronautas extraterrestres visitaron el Egipto faraónico verá en esas imágenes a los «dioses» de los que hablaba Dániken. Sin embargo, omitirá que en esa misma tumba aparecen otras escenas y personajes «oníricos» como hombres decapitados, monstruos de dos cabezas, etc... ¿Significa que todos esos dibujos representaban escenas reales? ¿O se trata sólo de símbolos?

Parece claro que ni el más imaginativo y apasionado astroarqueólogo afirmará que las esculturas de Osiris representan a un hombre-lobo, como nuestro Paul Naschy, divinizado. Todos saben que esas representaciones de los dioses son símbolos y no descripciones literales. Pues lo mismo debemos pensar de todas las demás representaciones, textos, alegorías y revelaciones de los distintos dioses de la humanidad. Incluyendo la Biblia. En la tumba número 2, de Ramsés IV, aparecen por ejemplo unos extraños personajes tocados con una especie de «casco» provisto de dos «antenas» muy similares al espectacular fresco «especial» de Fergana, en la antigua URSS, una escena que muestra un platillo volante y a un astronauta extraterrestre, con una nitidez y contundencia sólo equiparable a las máquinas de Abydos o al «extraterrestre» de la tumba de Path-Hotep. Las primeras ya sabemos lo que son; y el segundo resultó ser una malinterpretación optimista de la representación de una flor de loto que, visto por un occidental del siglo XXI recuerda, verdaderamente, las modernas representaciones de aliens macrocéfalos y de grandes ojos negros. Pero lo de Fergana no es una confusión. Es una escena concreta que expresa lo que quiere expresar: un astronauta antenado y un platillo volante inequívocos. Ya me ocuparé de ella cuando mi viaje tras los dioses me acerque a la frontera de la ex Unión Soviética...

Merece la pena visitar todas y cada una de las tumbas, aunque eso resultaría una tarea agotadora en un solo viaje. Se visiten las que se visiten, yo recomiendo llevar una linterna y agua. Se suda mucho. Y sin una linterna es imposible apreciar muchos de los detalles de las pinturas. Y éste es otro de los misterios que alegan los defensores de la hipótesis extraterrestre para los dioses: ¿cómo pudieron pintar con tanto detalle dibujos que se encuentran en criptas tan profundas si no conocían la luz eléctrica y no hay restos de hollín? Las «bombillas» de Dendera volvían a exigir atención en mi lista de misterios pendientes. Pero deberían esperar...




POLITICA, SOCIEDAD Y VUDÚ EN HAITÍ


Monsieur Elié es un hombre grande, serio y circunspecto. Tal y como uno se imaginaría a un poderoso brujo de la religión vudú. Las canas que empezaban a asomar en su barba conferían a su piel negra un aire intelectual. Pero sobre todo, y esto es importante, Monsieur Elié es un hombre poderoso en su comunidad.


Cuando llegamos a sus propiedades, nos encontramos con que el ex alcalde del pueblo trabajaba ahora a su servicio. Allí estaba así mismo el gobernador de la provincia, que también era houngan, y varios políticos y militares relevantes. No sólo de República Dominicana y de Haití, sino incluso oficiales de las tropas de pacificación de la ONU, que en aquellos días intentaban garantizar la seguridad en el país de los zombis. Como si eso fuese posible. Pero lo importante es que todos estábamos sujetos a la hospitalidad del houngan. El sacerdote vudú, en Haití, continúa manteniendo el mismo papel protagonista en la sociedad que antaño tenían los obispos cristianos, los lamas budistas o los sacerdotes del faraón, y sospecho que el poder no es la única característica que tenían en común. 

Durante esos días conocimos más en profundidad el origen de Haití y de la religión vudú, palabra que viene de la lengua fon de Dahomey, y que significa «dios» o «espíritu». Y eso es lo que es realmente: un espíritu que envuelve todo Haití, influyendo en cada manifestación cultural o social de este pequeño país, el más pobre de América y tal vez del mundo. Ninguna manifestación cultural es más perdurable e influyente en la historia de un pueblo que su religión. Y en el caso de Haití es especialmente clara esa influencia. Cualquier acontecimiento, por casual que pudiese parecernos a los europeos, es interpretado en clave vudú.

A finales de marzo de 1995, por ejemplo, el presidente Bill Clinton visitaba Haití para asistir al «cambio de guardia» de las tropas norteamericanas por las de la ONU en el país. Más de cuatro mil haitianos se dieron cita en la plaza del Palacio Nacional de Puerto Príncipe para asistir al acto encabezado por el presidente y ex sacerdote católico, Jean-Bertrand Aristide, repuesto en el poder de Haití con la intervención de veinte mil soldados norteamericanos en octubre de 1994. Cuando el presidente norteamericano terminaba su discurso sobre la intervención militar en la isla caribeña, una paloma blanca, intuyo que amaestrada, se posó junto a su micrófono, lo que produjo que miles de personas estallasen en gritos y aplausos ante tan diáfana «señal de aprobación» de los dioses. Los loas del vudú habían aceptado a Clinton. Y con esa «inocente coincidencia» miles de haitianos dejaron a un lado su rencor por el nuevo invasor blanco, acatando los deseos de los dioses. 

Y es que el vudú es el principal poder en Haití. Y nadie osará contrariar los deseos de los loas, o lo que se interprete como dichos deseos. Desde el héroe local Mackandal, pionero en la revolución haitiana contra los franceses en el siglo XVIII, hasta el general Cedrás, ningún dirigente haitiano se ha atrevido a descuidar la todopoderosa influencia de la magia y religión vudú en Haití, y el presidente Aristide no es una excepción. Lo interesante es que Aristide, antes de político, era sacerdote católico en la orden fundada por el mago san Juan Bosco. Quizá por ello conocía mejor que nadie la fuerza social de las creencias.


En julio de 1995 se entrevistó con varios houngans y mambos, y seguidamente anunció oficialmente la construcción de un gran templo vudú en la capital. De esta forma Aristide igualaba la religión vudú a otras religiones al otorgar a los vuduistas una «catedral» equiparable a las iglesias bautistas, los templos masones o las parroquias católicas que abundan en Haití. 

Pero si ha existido un mandatario haitiano que ha sabido hacer uso del poder del vudú como herramienta política ése fue el mítico y tenebroso «Papa Doc», el doctor Frallois Duvalier. En 1954 el legendario Papa Doc publicó, en coautoría con Lorimer Denis, un monográfico titulado L'évolution graduelle du vaudou, y los conocimientos sobre el vudú de que hacía gala en aquella obra evidentemente fueron utilizados durante su carrera política. 

Ya siendo un joven, y en compañía de otros intelectuales haitianos, editó un periódico nacionalista, Les Griots. En una época en que el gobierno quemaba los sagrados tambores vudús y otros objetos de culto y obligaba al pueblo a jurar lealtad a la Iglesia católica de Roma, Les Griots reivindicaba el vudú como religión y la rebelión contra los colonos americanos. No es de extrañar que Papa Doc fuese ganándose el apoyo de las sociedades secretas tradicionales, y que durante su campaña electoral de 1957 los hounfor sirviesen de cuarteles generales a su partido. 

Inmediatamente después de acceder a la presidencia de Haití, Duvalier nombró comandante en jefe de la milicia al temido bokor (brujo) de Gonaïves Zacharie Delva, y comenzó a reivindicar el vudú como «religión oficial». Su guardia personal, una especie de «policía esotérica», eran los Voluntarios de la Seguridad Nacional (VSN), los temidos Tontons Macoutes, que se ocuparon de sembrar el terror en Haití. El nombre Tontons Macoutes (los «hombres del saco») proviene de un viejo cuento popular haitiano que amenaza a los niños traviesos con que su tonton (tío) se los llevará en su macoute (saco). 

Todos los hounfor que se manifestaban contrarios al régimen de Duvalier fueron cerrados, y los rebeldes perseguidos. Según sus biógrafos, en 1963 Papa Doc ordenó fletar un avión especialmente para que le trajesen la cabeza del ex capitán rebelde Blucher Fhilgénes. Lo decapitaron y le llevaron la cabeza en un cubo de hielo. Y según los rumores que llegaban del palacio presidencial en Puerto Príncipe, Duvalier se pasaba horas contemplándola y consultando su espíritu en rituales secretos. Una imagen que podría recordarnos a otros grandes tiranos, como el mismo Hitler, obsesionados por sus creencias ocultistas. «El hombre habla pero no actúa. Dios actúa pero no habla. Duvalier es un dios», podía escucharse por las calles de Haití. 

Papa Doc había tejido a su alrededor una terrible leyenda mágica gracias a su conocimiento del vudú, leyenda que nadie se atrevía a cuestionar y que permitió que la dictadura de Duvalier imperase a sus anchas en Haití durante décadas. Muchos campesinos creían que Papa Doc era una encarnación del temible Baron Samedi, señor de los cementerios. «No pueden detenerme, soy un ser inmaterial», dijo Duvalier durante uno de sus discursos en 1963. Y lo cierto es que su leyenda perdura, y algunos piensan que Duvalier es un loa, un espíritu de la familia Gede, un ser inmaterial que todavía puede manifestarse en algunos rituales de vudú haitiano. Sin duda Duvalier vivirá para siempre en el Zamadi, aunque no sea recordado precisamente por sus buenas obras. 



EGIPTO: LA ISLA DE FILAE Y EL CULTO A ISIS


La siguiente isla importante en el cauce del Nilo no es menos interesante: Agilkia, aunque todo el mundo la conoce por Filae, que era la isla original, ahora bajo las aguas del Nilo. Su templo dedicado a Isis debe incomodar tanto como avergonzar a los cristianos. Justo en este lugar murió la religión egipcia bajo el yugo de la cruz. 

Bueno, en realidad fue en este templo, pero no aquí, ya que la nueva Filae es una de las islas creadas por el lago Nasser y el templo de Isis fue trasladado allí desde su ubicación original para evitar que fuese engullido por las aguas. Los sacerdotes egipcios realizaron en este templo la última ceremonia oficial de culto a los antiguos dioses faraónicos tras un real decreto emitido por Justiniano, desde Constantinopla, en el 535 d.C. Tras miles de años de esplendor teológico, el culto a Ra desapareció en nombre de Jesús. Y lo peor es que con el culto desapareció también la escritura.


La última inscripción en jeroglífico se grabó en estas paredes en el 394 d.C. Con la muerte de los sacerdotes empezó la amnesia. Y así permanecería, olvidada, hasta que en 1822 Jean Frangois Champollion consiguió descifrar la piedra Rossetta. Por desgracia, los «trucos» mágicos de Djedi y sus colegas siguen sumidos en el misterio. Sin embargo, el destino se vengó, porque tras la caída de Filae el culto a Isis resurgió en Egipto y África primero, y en Europa y el resto del mundo después, disfrazado de pía devoción a María Magdalena. 

Según muchos historiadores, tras el herético culto a la imaginada esposa de Jesús, que jamás fue prostituta, se escondían en realidad rituales a la diosa Isis. Como si de esta forma la diosa egipcia hubiese querido sobrevivir oculta en los mitos de la Biblia. O como si hubiese deseado vengarse de las mutilaciones cometidas por los cristianos en su último templo. Y es que al entrar en Filae, una de las cosas que más me entristeció fue contemplar, allí también, un fenómeno que he visto en otras partes del mundo: la mutiladora cristianización de los monumentos antiguos. 

Igual que Ramsés II se apropió del templo de su padre, haciendo grabar su cartucho por encima del de Seti I, a lo largo de la historia los cristianos hemos mutilado todo tipo de restos arqueológicos, haciendo grabar cruces o símbolos cristianos por encima de los emblemas paganos. Musulmanes, budistas o hinduistas hicieron lo mismo. En Filae es posible contemplar las cruces coptas que fueron grabadas encima de los jeroglíficos, así como las pudorosas mutilaciones de símbolos fálicos y sexuales en muchas de las representaciones de los dioses egipcios. A los cristianos el sexo siempre nos ha puesto un poco nerviosos... 

No obstante, y si he de ser totalmente justo y sincero, debo reconocer que no todas las mutilaciones fálicas de Filae se deben al recato censor de los cristianos, ya que una de las supersticiones más antiguas en Egipto, mezcla de animismo africano y fetichismo grecorromano, aseguraba que la representación del pene de los dioses, como Min, podía favorecer la erección. Hasta el templo peregrinaban los dolientes para raspar unos gramos del falo del dios e ingeridos mezclados con agua. Esto, según la leyenda, curaba la impotencia. Hasta Omm Seti escribió en sus diarios: 

«¡Qué escultor idiota! ¡Si hubiese tenido un poco de visión de futuro habría hecho el falo de Min de un centenar de metros de longitud!». 

Y si con Filae en la popa seguimos río arriba unos trescientos kilómetros más, llegaríamos al final de Egipto y a la frontera con Sudán. 





sábado, 18 de abril de 2020

LOS DOS CARLOS CASTANEDA. FRAGMENTO DE LA VIDA SECRETA DE CARLOS CASTANEDA


Una de los detalles más sintomáticos de la contradictoria e irracional persistencia en no querer ver la realidad, que caracteriza a los seguidores más incondicionales del Nahual, es que reconocen en las fotos de Castaneda niño en Cajamarca (Perú), al Nahual con el que ellos trataron. 

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Varias de ellas aparecen en el libro de Byron de Ford. Ramón de León incluye también fotos de Taisha, Florinda y Mary Joan Barker en el suyo. Y aún así siguen empecinados en que el Castaneda real no era el niño de Cajamarca, sino brasileño como el afirmaba. Es dogma de fe innegociable. Imposible convencerles de lo contrario. Para ellos, la solución es simple. Existieron dos Castanedas. Un joven nacido en Cajamarca, que quizás emigró a EEUU en los años 50, y el verdadero Castaneda. El antropólogo de UCLA, el autor de los libros sobre don Juan. El que les autografiaba esos mismos libros con su firma y rúbrica durante las presentaciones y las charlas privadas... Es comprensible.

Al Castaneda Nahual le rodea una aureola de misterio y misticismo, como a todos los fundadores de religiones, que debe permanecer impecable. Y descubrir la verdadera historia del Castaneda cajamarquino, le resta mística y misterio al Castaneda profeta. Pero, aunque no hay lugar a la duda, porque hoy conocemos la biografía de Carlos Castaneda año a año, y la evolución de sus fotos es la de un solo individuo y no dos, los defensores más entusiastas del Castaneda del mito, persisten obstinadamente en la teoría de los dos Castanedas. Y ya iniciado el siglo XXI se sacaron de la manga una teoría alternativa: Castaneda tuvo un hermano gemelo...

Independientemente de lo absurdo y gratuito del argumento (no existe nada en la biografía de Castaneda que permita suponer que tuvo un hermano, ni gemelo ni de ningún tipo), decidí buscar una forma de zanjar el ficticio debate. Llegados hasta aquí no me apetecía dejar ningún cabo suelto al que pudiesen asirse quienes intentan mantener el mito. Así que le di muchas vueltas y al final encontré la solución, en el ámbito de mi especialidad: la criminología. Las pericias caligráficas pueden ser determinantes en un veredicto judicial. Pueden marcar la diferencia entre la libertad o un ingreso en prisión en casos de estafa, falsificación, amenazas, etc. Para ello se requiere una muestra indubitada (cuyo origen esté acreditado en el acusado) y la muestra dubitada, que es la que se comparará con el original. Yo utilizaría las cartas (dos de ellas), que Carlos César Salvador Aranha Castañeda, el negro, enviaba a su hermana Lucy y a su padre, entre 1951 y mediados de los años 60, cuando deja de escribir. Arturo Granda reprodujo varias de ellas en sus artículos de "La etiqueta negra" y "El Malpensante".


Y como muestras indubitadas, me pasé meses buscando libros autografiados por el Dr. Carlos Castaneda, el antropólogo de UCLA y Nahual del neo-nahualismo tolteca. Conseguí más de una veintena de muestras. A las que podemos sumar las muestras caligráficas (firmas) de los contratos de fundación de Hermeneutics Unlimited, Laugan Films, etc.; los certificados de matrimonio con Margaret Runyan, Florinda Donner o Carol Tiggs; los documentos oficiales como su solicitud de nacionalización, poderes a Donner y Tiggs, testamento, etc.

Con toda esa documentación acudí a un perito calígrafo judicial de mi confianza, totalmente desvinculado del mundo de las anomalías, hasta tal punto que no sabía quién era Carlos Castaneda. Lo que, en esta ocasión, considero un elemento más que favorable. La objetividad, rigor y experiencia profesional de Gregorio Alonso Bosch está más allá de toda duda. Perito Calígrafo-Documentólogo-Criminólogo desde 1998, es Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y Especialista y Magister Universitario en Criminología. Además es Presidente de la Asociación de Peritos Judiciales en Ciencias Criminalísticas (APEJUCC) y Vicepresidente de la Asociación Galega de Peritos Xudiciais e Forenses y, resumiendo mucho su interminable curriculum, Profesor de Seguridad Privada acreditado por la División de Formación y Perfeccionamiento del Cuerpo Nacional de Policía y autor de diferentes publicaciones técnicas, alguna de las cuales he tenido el honor de firmar en coautoría con él. Por eso conocía su profesionalidad y rigor impecable.

Pero por encima de todo, Gregorio Alonso Bosch es un reputado experto en pericia caligráfica y documentoscopia, con más de 20 años de experiencia. Sus informes judiciales se han incluido en las sentencias de algunos casos muy mediáticos. Es un perito muy demandado, así que cuando aceptó realizar la siguiente evaluación me sentí muy afortunado. Le entregué las muestras dubitadas e indubitadas en noviembre de 2017, pero tuve que esperar tres interminables meses, hasta febrero de 2018, para recibir los resultados. No podían ser más concluyentes. En un extenso informe (más de 35 páginas) concluye:

"La carta manuscrita dubitada (D) objeto de estudio... se corresponde en cuanto a autoría con los manuscritos y firmas ubicados en formatos digitales y aportados para el cotejo, denominados a efectos del presente preinforme como indubitados de D. Carlos Castaneda".

No existió más que un Carlos Castaneda. El único hijo que parió Susana Novoa. El apuesto Negro hermano de Lucy. El fantasioso Fashturito que jugó al futbol con Juan Jave y el niño Vélez en Cajamarca, y que estudió bellas artes con Víctor Delfín en Lima. El que se embarcó en el SS Yavari en 1951 tras abandonar a su novia Gina embarazada de su hija Charito. El que compartió piso con Byron de Ford y Oscar Rubio en Los Ángeles. El que se casó con Margaret Runyan, estando ya casado (por poderes) con Gina Lu, y luego se casó también con Florinda Donner y Carol Tiggs. El que estudió escritura creativa y poesía en LACC y se doctoró en antropología en UCLA. El que escribió "Las enseñanzas de don Juan" y todos los demás. No existe otro. Ni gemelo. Ni doble. Y a sus seguidores enojados les diré, que el mismo lo reconoció en "El lado activo del Infinito", cuando, consciente de que su poder estaba por encima de cualquier razonamiento crítico, se permite el lujo de confirmar descaradamente lo que siempre había negado.

En la página 321, y relatando una de sus supuestas anécdotas de la niñez en casa de sus abuelos escribe: "Me llamo Carlos Aranha, señor —le dije-". Lo que nunca volvió a reconocer, y me he dejado este último cartucho para el final, es que todo había sido una invención. Y digo que no lo volvió a reconocer porque lo hizo en una única ocasión. En una de las últimas cartas que Carlos César Salvador Arana Castañeda escribió a su hermana Lucy, y que es una de las muestras incluidas en este estudio, Castaneda le dice literalmente:

"Tu ultima comunicación me agradó muchísimo. Me encanta saberte de buen humor. Te diré que lo he leído un montón de vezes, es una extraña sensación mescla de añoranza y perplejidad lo que me causa".

Bueno, por acá todo va muy bien, tocaremos mi (...) a para no "salarnos", eh? ¡Fígurate que he escrito una novela! Ya está terminada, pero me parece que está algo pesada, me da la impresión de que es como los dibujos de tu paisano Bagate..."

Esta novela se tituló lógicamente "Las enseñanzas de Don Juan". Pero todos preferimos creer que era real.


Fragmento del libro:

"La Vida Secreta de Carlos Castaneda"
Autor. Manuel Carballal.
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LA VIDA SECRETA DE CARLOS CASTANEDA: ANTROPÓLOGO, BRUJO, ESPÍA, PROFETA.

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