En Egipto, por alguna extraña razón, no se suele dormir demasiado. Quizá porque hay tantas cosas que ver, que sentir, que experimentar, que uno no se permite perder el tiempo. Al menos eso me pasa a mí, que a primera hora ya estaba despierto y esperando que abriesen las puertas del templo de Karnak, el recinto religioso más grande del planeta tierra. En ningún otro lugar del mundo se ha dedicado una mayor superficie de espacio a un conjunto de templos, capillas, estatuas, altares y criptas erigidos a los dioses. Y supongo que es por esa magnitud religiosa, casi treinta y cinco kilómetros cuadrados, por lo que circulan tantos rumores y leyendas sobre las supuestas «energías sutiles» que impregnan algunas de aquellas estatuas y criptas, provocando todo tipo de fenómenos anómalos.
Desgraciadamente, yo soy un zoquete para la percepción de esas «energías sutiles», cuya definición tampoco termino de comprender. Sin embargo, y aunque me muestro prudentemente escéptico al respecto, intento no desestimar una teoría antes de, por lo menos, intentar contrastarla. Y en Karnak eso no es difícil. Todo el mundo sabe cuáles son las estatuas que supuestamente tienen «poderes» o cuáles las «criptas» que hipotéticamente velan los carretes fotográficos. Así que no cuesta nada tirar un par de fotos. Por suerte o por desgracia mi cámara fotográfica es tan escéptica como yo y captó, obediente, todas las imágenes que yo seleccionaba a través del objetivo.
Sin embargo, justo es reconocer que la humedad del ambiente, el polvo de algunas tumbas, el calor, etc., sobre todo en algunas criptas especialmente incómodas, como la de mi querida Sekhmet, o el nerviosismo que pueden inspirar en el creyente ciertas estatuas, podrían explicar que, en ocasiones, las fotos no sean tan fáciles de tomar como uno querría. Aunque más por un fallo humano o mecánico que por una causa paranormal.
Antiguamente, aquí se situaba la ciudad de Tebas, y aquí fue donde el primer ilusionista de la historia, Djedi, fascinó al faraón Keops con sus efectos mágicos. También en Tebas se rendía culto a la trinidad formada por Amón (el Oculto), Mut y Khonsu. La misma trinidad a la que estaba consagrado el extraño templo que pudimos visitar en el perdido oasis de Al Dakhla y que conservaba aquella atípica representación de Horus. Los obeliscos de Hatshepsut, las «estatuas vivas», la gran sala de Tutmosis III... Hay tantas cosas para ver en el templo de Karnak que un viajero podría pasar muchos días y noches en ese lugar. Pero nuestro viaje debe continuar, y antes de abandonar Luxor es imprescindible visitar los valles de las Reinas y de los Reyes. Allí, y no en las pirámides, es donde se han encontrado las momias de los faraones y su maldición...
El Valle de los Reyes o «gran plaza de la verdad» se encuentra al otro lado de la montaña piramidal de Al Qurn, justo detrás del templo de Hatshepsut. Aún no hay consenso sobre cuál fue el primer faraón que decidió ser enterrado en aquel árido valle, que en el mes de agosto parece una sucursal del infierno. Quizá fue Tutmosis I (1504-1492 a.C.). Después, entre otros, Tutmosis III y IV, Horemheb, Siptah, Menefta, Monthuhirkhopshef, Seti I y II, Siptah, Amenofis II, Sethnakht, los Ramsés I, III, IV, VI o el célebre Tutankamon fueron enterrados en ese mismo lugar. Y bajo esas arenas ardientes, bajo ese sol homicida, quedan muchas tumbas que serán descubiertas por los arqueólogos en los próximos años... Suponiendo que algunas no hayan sido descubiertas ya, aunque dichos descubrimientos continúen en la reserva de reclamos publicitarios, esperando el momento oportuno de ser divulgados...
El Valle de los Reyes figuraba en mi lista de tareas pendientes. Según Erich von Dániken y los imitadores que le sucedieron, en muchas de esas tumbas existían pinturas y jeroglifos que representaban a los «dioses» extraterrestres con una apariencia que recordaba tanto a los modernos astronautas como los jeroglifos de Abydos recordaban a máquinas modernas. Por no hablar de uno de los misterios por antonomasia de Egipto: la maldición de los faraones, cuyo origen se encuentra precisamente allí, en el Valle de los Reyes.
Cada una de esas tumbas es distinta a todas las demás. Sin embargo, hay patrones que se repiten en cada dinastía. Las de la XVIII eran contraídas con un eje norte-sur, pasadizos y cámaras similares, etc. En la XIX dinastía el eje se endereza hasta la orientación este-oeste, se sustituye el mortero por puertas de madera para sellar las galerías, etc. En la dinastía XX la estructura funeraria se simplifica y las tumbas son más pequeñas, etc. Pese a ello, todas aparecen ricamente decoradas con textos extraídos del Libro de los Muertos y con bellos relieves, pinturas y jeroglifos.
Como no podía ser de otra manera, los entusiastas miembros de la AAS y los defensores de la intervención alienígena en el pasado descubrieron muchas imágenes de supuestos «dioses» no humanos en esas tumbas. En la tumba de Ramsés VI (la número 9), por ejemplo, la decoración de la cripta presenta escenas del Libro de las Puertas, el Libro de las Cuevas y, por primera vez, el Libro de la Tierra. Ahora bien, existen unas imágenes que, arrebatadas de su contexto, han sido reproducidas una y otra vez en libros o publicaciones sobre misterios del pasado. Se trata de unos extraños personajes que aparecen acuclillados y provistos de unas cabezas perfectamente redondas. No más redondas que los dibujos rupestres del desierto de Gilf Kabir, o las de Tassilli, o las de Mauritania.
Por supuesto, quien se acerca al Valle de los Reyes buscando pruebas de que astronautas extraterrestres visitaron el Egipto faraónico verá en esas imágenes a los «dioses» de los que hablaba Dániken. Sin embargo, omitirá que en esa misma tumba aparecen otras escenas y personajes «oníricos» como hombres decapitados, monstruos de dos cabezas, etc... ¿Significa que todos esos dibujos representaban escenas reales? ¿O se trata sólo de símbolos?
Parece claro que ni el más imaginativo y apasionado astroarqueólogo afirmará que las esculturas de Osiris representan a un hombre-lobo, como nuestro Paul Naschy, divinizado. Todos saben que esas representaciones de los dioses son símbolos y no descripciones literales. Pues lo mismo debemos pensar de todas las demás representaciones, textos, alegorías y revelaciones de los distintos dioses de la humanidad. Incluyendo la Biblia. En la tumba número 2, de Ramsés IV, aparecen por ejemplo unos extraños personajes tocados con una especie de «casco» provisto de dos «antenas» muy similares al espectacular fresco «especial» de Fergana, en la antigua URSS, una escena que muestra un platillo volante y a un astronauta extraterrestre, con una nitidez y contundencia sólo equiparable a las máquinas de Abydos o al «extraterrestre» de la tumba de Path-Hotep. Las primeras ya sabemos lo que son; y el segundo resultó ser una malinterpretación optimista de la representación de una flor de loto que, visto por un occidental del siglo XXI recuerda, verdaderamente, las modernas representaciones de aliens macrocéfalos y de grandes ojos negros. Pero lo de Fergana no es una confusión. Es una escena concreta que expresa lo que quiere expresar: un astronauta antenado y un platillo volante inequívocos. Ya me ocuparé de ella cuando mi viaje tras los dioses me acerque a la frontera de la ex Unión Soviética...
Merece la pena visitar todas y cada una de las tumbas, aunque eso resultaría una tarea agotadora en un solo viaje. Se visiten las que se visiten, yo recomiendo llevar una linterna y agua. Se suda mucho. Y sin una linterna es imposible apreciar muchos de los detalles de las pinturas. Y éste es otro de los misterios que alegan los defensores de la hipótesis extraterrestre para los dioses: ¿cómo pudieron pintar con tanto detalle dibujos que se encuentran en criptas tan profundas si no conocían la luz eléctrica y no hay restos de hollín? Las «bombillas» de Dendera volvían a exigir atención en mi lista de misterios pendientes. Pero deberían esperar...
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