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jueves, 14 de mayo de 2020

MANUEL CARBALLAL: VIAJE PERSONAL AL CANDOMBLÉ


No era la primera vez, ni la última, que visitaba un terreiro. Pero en esta ocasión las gestiones para acceder al lugar de culto habían sido lentas y complejas. Para los seguidores del candomblé, en este caso mayormente emigrantes brasileños, se trata de una auténtica religión. Una religión profesada con absoluta entrega y devoción que, como toda forma de religión, merece nuestro más absoluto respeto.


Un amigo de un amigo del esposo de la "Mae de_Santo" había intercedido para que pudiésemos asistir aquella noche a la celebración. No nos dieron dirección ni seña alguna para localizar el terreiro, sino que nos citaron por la tarde en el centro de Lisboa con un personaje de aspecto desaliñado y poco tranquilizador. Él habría de conducirnos al terreiro donde se invocaría a los loas del candomblé.

Esta aureola de misterio es comprensible teniendo en cuenta que, si ya en Cuba o Brasil estas religiones han sido despectivamente criticadas por los intelectuales, en Europa tales prácticas son consideradas absurdas supersticiones de ignorantes por parte de la Iglesia y los racionalistas componentes de nuestra "élite cultural". 

Entendería más aún esta prudente discreción de no permitirnos conocer la ubicación del terreiro, al encontrarme en el mismo importantes personajes de la cultura y la economía portuguesa. Personajes que públicamente podrían mostrarse indiferentes con estas "supersticiones africanas" pero que en realidad profesaban tiernamente la fe del candomblé.

Salimos de Lisboa en dirección al norte, y al cabo de una media hora dejamos la autopista y comenzamos a circular por carreteras secundarias. Estoy seguro de que aquel rodeo por caminos vecinales tenía como objeto desorientarnos. En lo que a mí respecta, lo consiguió. Cuando por fin llegamos a nuestro destino ya había comenzado a oscurecer. Sinceramente, yo no tenía ni la más remota idea de dónde me encontraba.

El terreiro estaba en lo alto de un monte cercano a la costa pero ignoro que monte y en que parte de la misma.

La finca era bastante grande y estaba totalmente cercada. En su centro se encontraba una gran casa de aspecto colonial. A lo largo de varias docenas de metros, en la parte frontal de la finca, se amontoban numerosos coches. La mayoría, vehículos lujosos con matrícula de Lisboa. Poco después me sorprendería al descubrir que muchos de los devotos asistentes al candomblé pertenecían a las clases sociales más acomodadas. Incluso reconocía a los propietarios de un importante semanario de la capital.

El recelo inicial y las miradas de desconfianza se tornaron en minutos en una acogedora hospitalidad. Lejos de ser esa celebración oscura y satánica que muchos imaginan, el ritual de brujería afro-brasileña es, por el contrario, colorista, luminoso y abierto.


Desde el instante en que franqueamos la puerta principal pudimos contemplar en habitaciones, salas o al aire libre, infinidad de pequeños altares donde se encontraban todos y cada uno de los loas del candomblé. Así, Oxan, orixá de los rayos, Yarsán, orixá del viento, Yemanyá, orixá del mar, o u Oxissí, orixá de la caza, entre otros, disfrutaban de un pequeño rincón particular en el terreiro donde los devotos del ritual podían rendirles culto o pedirles sus favores.

Minutos antes de las 17.00 h comenzaron a hacer su aparición los "Fillos de Santo" —especie de médiums que ayudarán al "Pai o Mai de Santo", sacerdote, en el transcurso del candomblé— y los fieles y creyentes que acudían a la ceremonia cual católicos que asisten al rosario.

Entre sonrisas cordiales y alguna que otra inquisitiva mirada de desconfianza hacia los intrusos que éramos nosotros, los "Fillos de Santo" se cambiaron, sustituyendo sus trajes o vestidos de calle por resplandecientes ropas blancas con las que se efectúa el ritual. Por fin, a las cinco de la tarde hizo su aparición la suma sacerdotisa de la celebración, la "Mai de Santo". Una robusta mujer de ojos limpios y sonrisa sincera que nos invitó a acompañarla a la amplia sala donde tendría lugar el ritual, situándonos a la derecha de su "trono". A su izquierda se encontraban los tres tambores assotor. Por fin, a un gesto suyo, comenzó el candomblé.

Los inciensos fueron encendidos, los tambores empezaron a bramar y, uno a uno, los "Fillos de Santo" comenzaron a entrar en la sala, moviéndose al ritmo de la música y postrándose ante el trono de la "Mai", saludándola y arrodillándose en señal de adoración a los loas. El espectáculo era impresionante. Más de una veintena de hombres y mujeres de todas las edades y estatus sociales, danzando al ritmo de los tambores y esperando la llegada de los loas que habrían de "cabalgarlos" —poseerlos—. Por fin, la "Mai", levantándose de su trono, va tocando la frente de sus "hijos" con su diestra. Cada discípulo tocado comienza a danzar aún más frenéticamente, saltando, arrojándose al suelo, convulsionándose. Hasta tal punto que tres o cuatro hombres, también vestidos de blanco, que permanecían al margen de la celebración como vigilantes, han de intervenir para impedir que los danzantes, ahora ya "cabalgados por los loas" se dañen a sí mismos.

Finalmente, al cabo de un buen rato, poco a poco y uno por uno, los "Fillos" son abandonados por los espíritus y se arrodillan en círculo alrededor de la "Mai". Todos alzan la diestra hacia la sacerdotisa. Después me explicaría uno de ellos que era para cederle parte de su energía personal, a fin de que pudiese soportar la incorporación en su cuerpo de un espíritu tan poderoso, y cierran los ojos concentrándose.

De repente, la voluminosa mujer sufre unas bruscas convulsiones, grita, y su voz y su rostro parecen cambiar. Intuimos que algo extraño está ocurriendo. Efectivamente. Enseguida comienza a hablar. Mi portugués no es lo suficientemente bueno como para entender lo que dice más que a frases sueltas. Pregunto a alguien y me responde que ha entrado en el cuerpo de la "Mai" Pombayira, la mujer de los siete maridos.

Es fascinante observar cómo la "Mai" cambia su conducta en función de los rasgos que caracterizan al supuesto espíritu que la posee. Así, cuando penetra en ella Pombayira, comienza a fumar un cigarrillo a través de una larga boquilla de nácar, mientras se pasea la sala mirando coquetamente a todos los hombres presentes, especialmente a nosotros. Cuando, apenas una hora después, es Ogún Guerrero quien entra en el cuerpo de la mujer, ésta adquiere sus atributos; toma un gran cigarro y blande un machete con asombroso dominio, como si verdaderamente estuviésemos ante un experimentado guerrero africano.

Así van transcurriendo las horas, y dos o tres loas más "cabalgan" o "Mai". En un momento determinado, es Boyadero, espíritu de un gaucho argentino, quien entra en escena. Toma sus atributos; el lazo, el sombrero, el puro... Entonces podemos presenciar un fenómeno fascinante.

Una de las características del candomblé —y de otras religiones afroamericanas— es que el creyente no necesita intermediarios para comunicarse con la divinidad. El devoto puede enfrentarse cara a cara un sus dioses —que en realidad no vienen a ser más que representaciones de los diferentes atributos de un Dios único— y plantearle sus ruegos y súplicas directamente. Y eso fue lo que ocurrió.

Una mujer de unos 35 años, al parecer especialmente devota de este loa gaucho, solicitó sus favores. Por lo que pude averiguar después, esta mujer había sufrido un grave accidente que le había dañado seriamente la pierna derecha, hasta el punto de que se le hacía muy difícil caminar por sí sola.

Ayudada por dos "Fillos de Santo", fue conducida al centro del terreiro, donde la esperaba la "Mai" cabalgada por el loa. A pesar de que intenté agudizar el oído, no pude escuchar lo que la creyente explicaba a la médium, mientras la "Mai" la abrazaba acogedoramente. En todo momento, el supuesto espíritu, a través de la médium que han cabalgado, se mostraba amoroso con la mujer. Fruncía el entrecejo mientras escuchaba su problema, como si verdaderamente lamentase el dolor que sufría su devoto.

Entonces, comenzó a imponer las manos, y después a frotar enérgicamente la pierna herida. De vez en cuando se levantaba y propinaba fuertes abrazos a la mujer, que se dejaba hacer sin oponer resistencia. Más tarde me explicarían que de esa manera el loa estaba transmitiendo energía al miembro enfermo.

Después de unos minutos, la mujer empezó a doblar un poco la rodilla y volvió por sí misma a su asiento. Cuando, horas después, concluyó la sesión, yo mismo vi a esa mujer abandonar el terreiro por sus propios pies. Una visible cojera y las muletas que llevaba en la mano eran lo único que quedaba de su aparente discapacidad. Ignoro si aquella curación fue un fraude elaborado para intentar engañarnos, aunque no se me ocurre un móvil para tal engaño. Pero de no ser así, habíamos presenciado una curación instantánea absolutamente desconcertante.

Para los creyentes, aquella sanación no tenía importancia. Estaban acostumbrados a ver curaciones similares. Era la energía del loa la que la había recuperado de su mal, y no había más que hablar del tema. Y lo cierto es que, justo después de que Boyadero desmontase a la "Mai", pude contemplar algo interesante.

Cada vez que un loa desmontaba a ésta para dejar paso a otro espíritu, ella daba una vuelta al salón bailando al ritmo de los tambores y entraba durante unos instantes en una sala adjunta escondiénse de nuestra vista tras un cortinón. Esta vez no resistí la curiosidad y con todo disimulo, la seguí hasta la cortina que ocultaba la habitación vecina. Llegué en el instante en el que la obesa mujer caía por tierra mientras los "fillos" intentaban sostenerla. Según me explicarían después, en el momento que el loa deja el cuerpo, la sacerdotisa carece de energía suficiente por sí misma para soportar la brutal prueba física que supone una sesión. Y realmente yo no podía entender cómo mujer de más de 100 kg era capaz de resistir tantas horas saltando y bailando frenéticamente sin derramar una sola gota de sudor.

Pude tomar solo una fotografía de la "Mai" desplomada, porque su recuperación fue casi inmediata. Y un minuto después salía del cuartito sonriente y pletórica de energía, danzando al ritmo de los tambores. Un nuevo loa llegaba a la reunión.

Cuando llevábamos ya cinco horas de celebración entró, por lo que vi, el mis esperado de los loas en su cuerpo: Ibejí, orixá de los niños. La voz de la sacerdotisa se torna infantil y su mirada se hace traviesa e inquieta. Alguien le alcanza una pequeña guitarra de juguete e ibejí canta y baila hasta que dos de las cuerdas del instrumento se rompen. Ciertamente resulta fascinante contemplar aquellos 100 kg de mujer saltando y cantando como si de una auténtica niña se tratase después de seis horas de frenética actividad.

Acto seguido, Ibejí se sentó y  comenzó a hablar a sus devotos de lo humano y lo divino. Por lo que pude entender, recriminaba a algunos por su comportamiento, y prometía un más allá dichoso para todos, amparándose en el amor.

L0 que aún era más impresionante, más aún que la sanación, más que la inexplicable resistencia física de la mujer, que ni tan siquiera había sudado un poco tras las seis horas de ritmo diabólico al son de los siempre presentes tambores, era la ternura y sincera devoción con que los presentes escuchaban absortos las palabras de Ibejí que, según su fe, había venido del otro mundo, a través de "Mai", para traerles su mensaje de amor y esperanza.

Cuando por fin, al filo de las once de la noche, los tambores dejaron de sonar, salí de la sala y respiré hondo. Yo mismo había comenzado a sentir cómo el ritmo frenético e incontrolado empezaba a dominarme. Un rato más y quizás, sólo quizás, yo mismo habría sido también cabalgado por el anárquico espíritu del candomblé.

Estoy absolutamente convencido de que tras esos ritmos frenéticos, las flores, las danzas y los cánticos candomblés, se ocultan fenómenos auténticos que merecen una atención inmediata de los investigadores. La sola posibilidad de que tras esos ritos más o menos pintorescos se oculten nuevas técnicas de curación de enfermedades justifica una investigación científica.

Y es que, al margen de toda polémica, algunos curanderos y sanadores de casi todas las culturas han demostrado que —no sólo en trastornos de origen psicosomático— pueden llegar a curar con sus ritos, pócimas, masajes o remedios naturales, dolencias ante las cuales la medicina convencional habría fracasado. Y no es necesario acudir a exóticos países del otro lado del océano o a las ignotas selvas africanas para encontrarlos. En occidente también existen brujos, curanderos y sanadores que merecen nuestro interés. 




martes, 12 de mayo de 2020

LOS MISTERIOS DE LA MENTE HUMANA


En el último número publicado en 2011 por la prestigiosa revista científica The New England Journal of Medicine, la Doctora Maya Safarova, del Centro de Investigación Cardiológica de Moscú, daba a conocer un insólito caso de anomalía médica. Un paciente de 85 años había acudido a su consulta para tratarse de una enfermedad coronaria. Al realizar los análisis del sujeto, y de forma totalmente casual, la Dra. Safarova descubrió que el anciano ruso llevaba alojada en el cerebro una bala. 

Lo extraordinario del caso, es que aquel hombre llevaba 80 años con aquel proyectil incrustado en su cabeza.


"Cuando tenía tres años, su hermano mayor le disparó por accidente con una pistola en la cabeza. La bala, dijo, le entró justo debajo de la nariz, y allí se quedó. El hombre perdió la conciencia durante algunas horas, y al despertarse sólo tenía una pequeña herida por el lugar donde entró el proyectil, pero ninguna secuela. Después, añadió, se recuperó sin recibir ningún tratamiento específico y nunca refirió ningún síntoma neurológico digno de mención. 

En la escuela le habían ido bien las matemáticas, se había hecho ingeniero y había llegado a recibir el premio del Estado Soviético por sus logros. 

Los médicos decidieron hacerle una radiografía de la cabeza, que permitió confirmar la veracidad de la historia", señala Safarova. Los rayos X revelaron una silueta de bala aproximadamente en el centro de la cabeza. Para precisar mejor la localización del proyectil, le hicieron una serie de tomografías axiales computerizadas (TAC). La bala, de 1,2 centímetros de longitud y 7 milímetros de diámetro, "se encuentra claramente en el tejido cerebral", indica la cardióloga. ¿Cómo es posible? 

Es evidente que el cerebro humano continúa siendo una fuente inagotable de sorpresas para los científicos. Y quizás por ello 2012 fue nombrado Año Internacional del Cerebro. Durante todo ese Año Internacional del Cerebro, el Museo del Parque de las Ciencias de Granada, acogió la ambiciosa exposición Brain. The Inside Storye, una coproducción internacional del Museo Americano de Historia Natural (AMNH), el museo chino Guandong Science Center y el Parque de las Ciencias granadino, que presentó los últimos descubrimientos sobre la mente humana. 

A lo largo del pasado 2011 se publicaron docenas de artículos en revistas científicas de todo el mundo, relacionados con nuevos descubrimientos científicos en torno a ese pequeño órgano, el cerebro, que en los humanos ha triplicado su volumen durante los últimos tres millones de años de evolución, y en el que se desarrollan no solo nuestros razonamientos, sino también las percepciones, los sentimientos, las emociones y los sueños. 

Los primeros indicios de desarrollo intelectual en el cerebro de los humanos probablemente datan de hace un millón y medio de años, aunque los arqueólogos cada vez encuentran más pruebas de la creatividad, ingenio y actividad intelectual anteriores. 

Pinturas rupestres, petroglifos, y restos arqueológicos evidencian que el hombre se planteaba, hace cientos de miles de años, todo tipo de cuestiones intelectuales. Una de las actividades cerebrales más sugerentes y misteriosas, e inherente a la mente humana desde los albores de la historia, son los sueños. Todos los homínidos dormimos y soñamos, y lo que ocurre en el cerebro durante el sueño, ha sido fuente de especulación y conjeturas, a lo largo de toda la historia. Pero algunos sueños llegaron a Condicionarla. Y con ella el destino de todos nosotros...



¿QUIÉN FUÉ CARLOS CASTANEDA?

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