Bueno, en realidad fue en este templo, pero no aquí, ya que la nueva Filae es una de las islas creadas por el lago Nasser y el templo de Isis fue trasladado allí desde su ubicación original para evitar que fuese engullido por las aguas. Los sacerdotes egipcios realizaron en este templo la última ceremonia oficial de culto a los antiguos dioses faraónicos tras un real decreto emitido por Justiniano, desde Constantinopla, en el 535 d.C. Tras miles de años de esplendor teológico, el culto a Ra desapareció en nombre de Jesús. Y lo peor es que con el culto desapareció también la escritura.
La última inscripción en jeroglífico se grabó en estas paredes en el 394 d.C. Con la muerte de los sacerdotes empezó la amnesia. Y así permanecería, olvidada, hasta que en 1822 Jean Frangois Champollion consiguió descifrar la piedra Rossetta. Por desgracia, los «trucos» mágicos de Djedi y sus colegas siguen sumidos en el misterio. Sin embargo, el destino se vengó, porque tras la caída de Filae el culto a Isis resurgió en Egipto y África primero, y en Europa y el resto del mundo después, disfrazado de pía devoción a María Magdalena.
Según muchos historiadores, tras el herético culto a la imaginada esposa de Jesús, que jamás fue prostituta, se escondían en realidad rituales a la diosa Isis. Como si de esta forma la diosa egipcia hubiese querido sobrevivir oculta en los mitos de la Biblia. O como si hubiese deseado vengarse de las mutilaciones cometidas por los cristianos en su último templo. Y es que al entrar en Filae, una de las cosas que más me entristeció fue contemplar, allí también, un fenómeno que he visto en otras partes del mundo: la mutiladora cristianización de los monumentos antiguos.
Igual que Ramsés II se apropió del templo de su padre, haciendo grabar su cartucho por encima del de Seti I, a lo largo de la historia los cristianos hemos mutilado todo tipo de restos arqueológicos, haciendo grabar cruces o símbolos cristianos por encima de los emblemas paganos. Musulmanes, budistas o hinduistas hicieron lo mismo. En Filae es posible contemplar las cruces coptas que fueron grabadas encima de los jeroglíficos, así como las pudorosas mutilaciones de símbolos fálicos y sexuales en muchas de las representaciones de los dioses egipcios. A los cristianos el sexo siempre nos ha puesto un poco nerviosos...
No obstante, y si he de ser totalmente justo y sincero, debo reconocer que no todas las mutilaciones fálicas de Filae se deben al recato censor de los cristianos, ya que una de las supersticiones más antiguas en Egipto, mezcla de animismo africano y fetichismo grecorromano, aseguraba que la representación del pene de los dioses, como Min, podía favorecer la erección. Hasta el templo peregrinaban los dolientes para raspar unos gramos del falo del dios e ingeridos mezclados con agua. Esto, según la leyenda, curaba la impotencia. Hasta Omm Seti escribió en sus diarios:
«¡Qué escultor idiota! ¡Si hubiese tenido un poco de visión de futuro habría hecho el falo de Min de un centenar de metros de longitud!».
Y si con Filae en la popa seguimos río arriba unos trescientos kilómetros más, llegaríamos al final de Egipto y a la frontera con Sudán.
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