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lunes, 13 de abril de 2020

SEHEL: LA ISLA DE LOS FARAONES NEGROS


Si decides seguir remontando el río tras atravesar la presa de Asuán te encontrarás con uno de los lugares más pintorescos del Nilo: la isla de Sehel. 

Consagrada a la diosa Anukis, el interés arqueológico de Sehel está en las más de doscientas inscripciones, la mayor parte pertenecientes a las dinastías XVIII y XIX, que decoran rocas y piedras. La más famosa de todas es la llamada Estela del Hambre. Descubierta en 1889 por Charles Wilbour, según mis mediciones la Estela del Hambre ocupa un espacio de 1,44 por 1,08 metros, a lo que hay que añadir un recuadro de 32 por 68 centímetros en el ángulo superior derecho. El texto contiene dos mil seiscientos jeroglifos divididos en treinta y dos columnas, y relata la hambruna sufrida durante el reinado del faraón Zoser, constructor de la primera pirámide en la historia de Egipto. 


Algunos entusiastas de la Biblia quieren ver en esa hambruna los siete años de carencias que el profeta José anunció al faraón después de interpretar sus sueños:


«Y tras ellos seguirán siete años de hambre; 
y toda la abundancia será olvidada en la tierra de Egipto, 
y el hambre invadirá la tierra...» 
(Génesis 41:30). 

Sin embargo, para los entusiastas de la teoría de los «dioses» extraterrestres, la Estela del Hambre se conoce como la «Estela Química de Khnum». Y aseguran que entre las columnas 6 y 22 de la Estela del Hambre se describirían diferentes métodos de contrición de los antiguos egipcios. Entre la 11 y la 18 un sacerdote del singular arquitecto, médico y posterior divinidad Imhotep enumeraría varios minerales, piedras preciosas y otros elementos de construcción. Y finalmente, entre las columnas 18 y 20, según esta traducción apócrifa, el dios Khnum proporcionaría al faraón Zoser las fórmulas necesarias para «ablandar» la piedra. 

Esta teoría, la de los «ablandadores» de piedras, es uno de los principales caballos de batalla de los estudiosos heterodoxos del pasado, la AAS incluida. Y supuestamente «evidencias» de esta tecnología se encuentran por todo Egipto. Sería extraordinario para nuestro conocimiento científico e histórico que pudiésemos demostrar esta audaz teoría. Teoría, todo hay que decirlo, que tiene un iniciador: el doctor Davidovits. 


Joseph Davidovits es un famoso investigador, afincado en París, cuyos estudios sobre materiales geopoliméricos son considerados buenos en la industria. Profesor en la Universidad de Toronto (Canadá), es director del Instituto para la Aplicación de las Ciencias Arqueológicas (IAPAS) de la Universidad de Barry (Florida). En 1988, el doctor Davidovits publicó, en coautoría con Margie Monis, el muy controvertido libro The Pyramids: An Enigma Solved (Dorset Press, Nueva York, 1988), obra fundamental para comprender la teoría del reblandecimiento pétreo en el antiguo Egipto. En ella, Davidovits expone numerosos ejemplos de construcciones de los faraones egipcios realizadas supuestamente reblandeciendo la piedra, modelándola y posteriormente volviéndola a endurecer una vez era colocada en su emplazamiento definitivo. 

Más aún, el doctor Davidovits muestra análisis microscópicos y de rayos X de algunas piedras provenientes de Giza en cuyo interior han sido descubiertas cosas que podrían parecer cabellos, fibras textiles, etc. Desgraciadamente, en ningún caso se ha respetado la llamada «cadena de custodia» en terminología criminalística, y no hay forma de demostrar que las piedras en las que Davidovits afirma haber encontrado esos «parásitos» sean originarias del Egipto faraónico. 

Sin embargo, a principios del siglo XXI Davidovits pasó de la teoría a la práctica, y en un interesante vídeo documental muestra cómo, utilizando su «fórmula», es posible conseguir piedra artificial. En realidad, más que ablandar los bloques, crea una especie de ladrillos artificiales. El problema es que haría falta un molde distinto para cada una de las piedras de la Gran Pirámide. Aun así, tras copiar, medir y fotografiar la estela, sea química o histórica, decidí mantener la teoría del ablandamiento de piedras en mi lista de misterios pendientes. Sobre todo porque sabía que en Centro y Sudamérica volvería a encontrarme con este mismo enigma y con su probable solución. 

Sin embargo, antes de abandonar la isla quedaba algo por ver aún más interesante que un montón de piedras... un montón de seres humanos. Porque, sin dejar Sehel, teníamos la oportunidad de visitar un auténtico poblado nubio y conocer, aunque sea brevemente, a los protagonistas secundarios, a los perdedores, a los que protagonizaron el papel más amargo en la historia de Egipto, como en el resto de la historia: los negros. 

Nubia, la «tierra del arco», fue explotada de forma agresiva por Egipto durante prácticamente toda su historia. Esclavos, materias primas, recursos naturales... A pesar de que se han localizado asentamientos humanos mucho más antiguos que en su vecino del norte, y de que cuenta con interesantísimos elementos arqueológicos, como el calendario más antiguo del mundo, Nubia ha tenido que soportar el yugo egipcio desde el nacimiento de la civilización faraónica. 

Para un estudioso de las creencias humanas, esta cultura, representada en la isla de Sehel, es un lujo, ya que en esa región han confluido numerosas supersticiones, religiones y tradiciones. Nubia marcaba la frontera entre el politeísta Egipto de los faraones y el África negra más animista. Pero también recibió una temprana influencia del cristianismo primero y del islam después. Y como ocurre con todos los pueblos oprimidos por un estado más poderoso, las creencias religiosas son el último reducto cultural que se conserva. Por eso resulta tan interesante disfrutar de la compañía de los nubios de Sehel, especialmente de los niños, con los que tengo mil anécdotas. Mis bromas y payasadas, y la longitud de mi cabello, que hacía que los niños no dejasen de tocarlo y me llamasen madame-monsieur, me hizo dejar grandes amigos nubios en la isla de Sehel. 

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