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lunes, 13 de abril de 2020

EGIPTO: EL OBELISCO INACABADO



La presa de Asuán, si se me permite la expresión, es una obra faraónica. Se construyó entre 1898 y 1902, mide dos mil cuatrocientos cuarenta y un metros, y nadie duda que fue realizada por los obreros egipcios sin ayuda extraterrestre... 


Esta presa permitió aumentar la zona cultivable del Nilo, acrecentó la producción hidroeléctrica y a la vez aumentó el nivel de las aguas en el lago Nasser, creando el sinfín de islas de las que antes hablaba y obligando al traslado de numerosos templos y monumentos, que de otra forma habrían sido sepultados por las aguas. 

El Nasser, de cinco mil doscientos cincuenta kilómetros cuadrados, es el lago artificial más grande del mundo. De quinientos diez kilómetros de largo por hasta treinta y cinco de ancho (en su zona de mayor calado), acoge ciento cincuenta y siete mil millones de metros cúbicos de agua. Entre 1960 y 1980 la Unesco coordinó los recursos internacionales para que hasta catorce de esos templos fueran serrados en hasta dos mil bloques de hasta cuarenta toneladas de peso, desmontados, trasladados y vueltos a reconstruir piedra a piedra en sólo cuatro años. Y como todos los lectores sabrán, no era la primera vez que los colosales templos, monumentos y obeliscos egipcios eran trasladados a Europa o América.

Sé que sonará demasiado evidente, pero el obelisco que los parisinos pueden contemplar en la plaza de la Concordia no llegó a Francia volando. Ni tampoco el obelisco de Tutmosis III que se conserva en Estambul. Ni su obelisco «gemelo» trasladado a Nueva York. O hasta el que se encuentra en plena plaza de San Pedro, en el Vaticano. Todos ellos fueron transportados utilizando grúas, cuerdas, poleas, troncos, etc., entre 1836 y 1875. Y a pesar de esa evidencia irrefutable, todavía hay escritores que afirman que «incluso con la tecnología actual, sería imposible construir y transportar los antiguos monumentos egipcios...». ¿Me he perdido algo? 

La mejor prueba de que nuestros antiguos podían hacerlo es que lo hicieron. No deberíamos menospreciar su capacidad de esfuerzo. No obstante, justo es reconocer que si el viajero se detiene en la antigua cantera de granito descubrirá con asombro el colosal obelisco inacabado. Cuarenta y dos metros de monumento, de mil doscientas sesenta y siete toneladas de peso que suponen todo un reto a la física newtoniana. Sabemos cómo se hizo. 

La ingeniosa técnica inventada para quebrar la piedra y pulirla está sobradamente documentada, aunque algunos entusiastas del misterio prefiramos ver en la peculiar forma de «cucharadas» que tiene la piedra una prueba de que el granito era ablandado y cortado con facilidad, en lugar de las cicatrices dejadas en la piedra por el devastado con grandes bolas de dorelita, como las que encontró en los años 20 Reginald Engelbach por toda la cantera, y que dejan esas particulares marcas. 


En Giza, Sakkara, etc., encontraremos también esas marcas de bolas de dorelita en muchos bloques. Además, tanto el mismo Engelbach en los años 20 como Lehner y Allen Stocks en los 90 experimentaron la técnica utilizando las bolas de dorelita con bloques de granito y consiguieron rebajar unos cinco milímetros por hora, siendo arqueólogos y no obreros experimentados. Si suponemos que un artesano experto pudiese rebajar ocho milímetros por hora, avanzarían en el obelisco a una media de ciento cuarenta y tres horas por metro. En jornadas de ocho horas diarias podrían construir un obelisco en poco más de medio año. Exactamente lo que se sugiere que se tardaba en fabricar un obelisco en los textos de Deir el Bahari. 

Sin embargo, es cierto que la arqueología se enfrenta al dilema de cómo podían transportar los egipcios estos colosales monumentos. Los demás obeliscos, de menor tamaño, todo hay que decirlo, serían trasladados utilizando el cauce fluvial. O al menos eso se explica en los grabados del templo de Hatshepsut, donde se recoge el traslado de dos obeliscos a través del Nilo. Por supuesto, su traslado en la época actual —y hasta hace un par de siglos—tampoco supone un problema, ya que si en París se puede admirar alguno de ellos es que se pudo trasladar hasta allí. 

En cuanto al coloso de Asuán, no está claro cuál debería ser su emplazamiento final. Dadas las circunstancias creo que lo más probable es que fuese la misma ciudad de Asuán, o alguno de los templos cercanos, lo cual eliminaría el supuesto enigma del transporte, ya que el obelisco se quedaría precisamente en la zona donde se estaba construyendo. Algo similar a lo que observé en los mastodónticos bloques de la fortaleza de Sacsayhuamán (Perú), cuyo emplazamiento final está a pocos metros de la cantera. Lo mismo ocurre con los bloques de la Gran Pirámide, que según los últimos estudios químicos provienen de las cercanas canteras de Tura y Moqqatam. Pero es sólo una sugerencia. 

Asuán es uno de los puertos turísticos más importantes de Egipto. Desde aquí parten muchos de los cruceros por el lago Nasser y por el Nilo en una u otra dirección. La ruta fluvial desde Asuán hasta el maravilloso templo de Abu Simbel sin duda es la más hermosa, pero ese trayecto también puede hacerse por carretera, atravesando el desierto de Wadi Kalabsha, o en avión, directamente desde el aeropuerto de Asuán al de Abu Simbel. Después Egipto termina y llega la frontera con Sudán. Yo, que he realizado ese trayecto por tierra, mar y aire, evidentemente recomiendo la travesía fluvial si se dispone de tiempo. Si lo que se tiene es prisa, lógicamente es mejor el avión. Pero para quienes lo que tienen es una economía más parca, el autobús es una opción tan digna como otra cualquiera, aunque lógicamente mucho más lenta y aburrida.


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